Rodeada por un pequeño murete que se cierra con una verja, su aspecto es sencillo y armonioso en la portada principal. Como sus compañeras segovianas, le hace compañía el inevitable atrio, que en este caso pasa un poco desapercibido. Además esconde en su interior otra entrada que quedó tapada por las reformas y añadidos de otros siglos. Su cabecera cuenta con un ábside que es la austeridad hecha románico, como dicen algunos, fabricado en mampostería morisca sin apenas adornos. Situada fuera de las murallas, la iglesia de San Justo forma, junto a su vecina del Salvador, una de las estampas más bellas a contemplar desde las proximidades del Acueducto o entre sus arcos, ya que al estar en un pequeño alto denominado “Cerrillo” son perfectamente visibles sus torres, que destacan sobre el caserío.
Torres de San Justo Y el Salvador
Ábside de S. Justo
Nos centramos en esta iglesia dedicada a los santos Justo y Pastor pues sus méritos son llamativos. Se trata de un templo del siglo XII que fue declarado monumento nacional en los años 90, bastante tarde si se compara con otros, y es que de pasar casi desapercibida entre tantas otras iglesias románicas de la ciudad pasó a ser lanzada a los primeros puestos del ranking nacional gracias al descubrimiento de sus pinturas románicas al fresco que son de enorme calidad, aunque se encuentren por detrás de San Isidoro, en León; Tahull, San Baudelio o Maderuelo. Lo cierto es que se convirtió en lugar de visita casi obligatoria; además está abierta todo el año y es gratis.
Por fuera destaca su torre de tres cuerpos, macizo el primero, cegado el segundo y abierto al sonido de las campanas el tercero. Se cubre con un tejado a cuatro aguas con tejas a la manera segoviana, repleto de nidos de cigüeña, que hacen las delicias de todos cuando llegan en enero y dejan el corazón triste cuando se marchan.
Cabecera y torre
Pinturas románicas
En su interior guarda los famosos frescos, que hasta 1960 estaban cubiertos por el típico encalado barroco. Anteriormente, San Justo estaba casi en estado de ruina por su mucha proximidad a la iglesia del Salvador que le hacía la competencia, convirtiéndola en almacén de trastos viejos. Pero entonces la gran bóveda de yeso se vino abajo dejando al descubierto algunas pinturas románicas. Los restauradores que se hicieron cargo de la reforma, entre los que estaba el Marqués de Lozoya, se vieron en el dilema de desmontar el revoco barroco a riesgo de no encontrar nada debajo o mantenerlo. Finalmente se arriesgaron, quedando deslumbrados con estos frescos que no fueron el único descubrimiento, pues también apareció una portadita perfilada por un bocel ajedrezado cobijando un tímpano (cosa poco frecuente en los interiores) que representa a una reina asistida por dos personajes y un obispo sedente junto a un sepulcro vacío abierto por un ángel, que da origen a diferentes interpretaciones, todo ello bien conservado y con restos de policromía.
Tímpano románico
Cristo de los Gascones
También es morada del Cristo de los Gascones, una escultura de madera del siglo XII, articulada en los codos, que se utilizaba para representar la Semana Santa a los fieles; aún se puede ver el enganche del que era colgado en el altar mayor para mostrar la crucifixión. Esta escenificación se ha recuperado y es llevada a cabo por la compañía de teatro Nao d’amores, que desde su puesta en escena en 2007 no ha parado de representarla y de recibir premios. Este Cristo, no podía ser de otra manera, tiene su propia leyenda.